El monstruo de tres picos, pequeño pero asesino, trepaba la pared cuando súbitamente, un monstruo imenso con tres ojos, la piel verde claro y de sustancia gelatinosa, entró al jardín y comenzó a gritar. ¿Dónde estás, pequeño puercoespín? El monstruo de tres picos tembló y cayó de la pared atrayendo así la atención del monstruo gigante. ¿Con que ahí estás maldito enjendro del demonio? ¿Qué quieres? ¿Por qué me vienes a amenazar a mi casa? La piel verde algo transparente del monstruo se puso más pálida, casi blanca. ¿No te acuerdas que, cuando yo era un pequeño renacuajo todavía y nadaba feliz en mi laguito, intentaste matarme? El monstruo de tres picos lo recordaba, pero vagamente. Había intentado matar tanto... Muchas veces lo había logrado y lamentaba siceramente que esa no hubiera sido una de ellas. ¿Pero qué haces aquí? ¿Vienes a matarme? Las carcajadas del gran monstruo resonaron por todo el jardín y más allá. ¿Qué no ves que estoy buscando lo profundo? ¿No ves que está ahí, justo ahí? El monstruo señalaba la alberca. El monstruo de tres picos corrió tan rápido como pudo y desde su escondite vio cómo el mosntruo enorme vaciaba el agua de la alberca y ponía una cara de inconforme disgusto. Después de algún tiempo, una muchacha lúgubre e incrédula iría a ese lugar. La transformación para entonces ya estaría completa y el monstruo de los tres ojos sería un gigante. Ella llevaría a su otro amigo gigante y los tres jugarían durante muchas horas hasta que el amigo gigante de la muchacha terminara por romper la caja receptora de canales de la televisión del antes monstruo. La pelea sería desastrosa y la amistad irrecuperable.